Pestañas

María Ángela Astorch, Beata

 


Nacimiento: 1 de septiembre de 1592 en Barcelona, España
Muerte: 2 de diciembre de 1665, Murcia
Orden: Clarisas Capuchina
Fiesta: 2 de diciembre
Beatificación: Juan Pablo II, el 23 de mayo de 1982

Jerónima María Inés, nacida el 1 de septiembre de 1592 en Barcelona, era la última de los cuatro hijos que tuvieron en su matrimonio don Cristóbal Astorch y doña Catalina. No tuvo tiempo de conocer a su madre, que murió diez meses después. Fue confiada a una nodriza, y bien pronto, a la edad de cinco o seis años, quedó también huérfana de padre. Su hermana Isabel seguía al grupo de las jóvenes atraídas por la espiritualidad de Ángela Serafina Prat. También la pequeña Jerónima se sintió muy temprana ligada a esta aventura de las capuchinas. Y tanto más que, cuando tenía siete años, le ocurrió que, por haber comido almendras amargas, quedó como muerta, y ya se estaba tratando de la sepultura, si no hubiera intervenido madre Serafina, que en un éxtasis le hizo volver a al vida. De hecho, la misma Jerónima escribió: "Mi niñez no fue sino hasta los siete años y, de éstos en adelante, fui ya mujer de juicio y no poco advertida, y así sufrida, compuesta, callada y verdadera" (Discurso de mi vida, 8).

A los 9 años sus tutores la pusieron a estudiar. Aprendió a leer, a escribir, y a ejercitarse en los trabajos femeninos. Apareció en ella una verdadera pasión por los libros, y en especial los escritos en latín, hasta el punto de provocar la admiración del maestro. Por ello se hacían hermosos proyectos para su futuro; pero ella, deseosa de seguir el ejemplo de su hermana, pidió entrar en monasterio. Después de alguna perplejidad de los parientes, vista su madurez, superior a su edad de 11 años, pudo realizar su deseo. El 16 de septiembre de 1603 traspasó el umbral de la clausura, llevando consigo los seis volúmenes del breviario en latín, que sabía leer perfectamente. En la vestición recibió el nombre de María Ángela.

Un experto confesor, Martín García, que había vivido vida eremítica diez años, le acompañó en el camino espiritual. Ella trataba de imitar a la fundadora Ángela Serafina Prat y a su hermana Isabel. La madre maestra, Victoria Fábregas, era rígida y la trataba con métodos espartanos. Su afán por los libros latinos, superior a su edad, hizo temer por la humildad de la novicia, que tuvo que resignarse a no utilizar ya tales libros en latín. Pero el latín le venía a los labios, con un conocimiento tal de la Sagrada Escritura, de los santos Padres y del Breviario que más tarde convenció a teólogos y a algún obispo que se trataba de ciencia infusa.

Cinco años tuvo que pasar como postulante, ella, la niña de la casa, pero este tiempo en régimen de noviciado. El 7 de septiembre de 1608 comenzó el verdadero noviciado, bajo la dirección discreta y conscientemente distante de su hermana como maestra. No faltaron aflicciones y tentaciones. Por su cultura superior hubo de ejercer de "maestrilla" de las compañeras de noviciado. El 8 de septiembre de 1609 hizo la profesión en manos de sor Catalina de Lara, que sucedió como abadesa a la fundadora, muerta el año anterior, y continuó su camino espiritual por otros cinco años.

    Entretanto, la nueva congregación capuchina se iba expandiendo con vida. La madre Ángela María, con otras cinco hermanas, fueron enviadas a fundar un convento en Zaragoza, que había de ser un centro de irradiación de las clarisas capuchinas en España. El 19 de mayo de 1614 esta comitiva de hermanas partió, a su vez, de Zaragoza. Sor María Ángela iba con el encargo de ser maestra de novicias y secretaria; le costó enormemente separarse de su hermana, que moría dos años después, con sólo 36 años de edad. El viaje fue desastroso, volcando carro y caballos. En el nuevo monasterio de Ntra. Sra. de los Ángeles, María Ángela fue la formadora de una generación de capuchinas.

En 1624 fue elegida vicaria, y tres años después abadesa. Pero permaneció siempre "correctora de coro", es decir, responsable de la ejecución exacta de las ceremonias y de la dignidad de la recitación del breviario. Al comienzo de su oficio de abadesa obtuvo del Papa Urbano VIII la aprobación de las Constituciones de las capuchinas españolas. Consiente de la importancia del conocimiento de la Regla para la santificación de cualquier instituto religioso, insistía para que las hermanas la estudiaran continuamente, y en su monasterio se leía públicamente al principio del mes, para que también las analfabetas la pudiera aprender. En las conferencias espirituales hablaba tan bien y con tanta unción que, en cierta ocasión, un obispo se lamentaba de que no fuera... sacerdote. Era una madre que no ahorraba esfuerzo, pronta a todos los trabajos, en la cocina, en la lavandería, en la enfermería, en la huerta.

A quien le preguntaba por qué lo hacía, respondía: Porque para vosotras daré incluso la vida. Compartía con los pobres las limosnas del monasterio y socorría generosamente a los necesitados con lo poco que había en casa. Cuando Zaragoza fue invadida de pobres andrajosos, que venían de la rebelión de Cataluña, distribuyó entre algunas pobres mendigas los vestidos que las novicias habían traído de la vida seglar. Su espiritualidad se fue haciendo cada vez más profunda, una espiritualidad toda bíblica y litúrgica. Todos los misterios de Cristo y de María, de los ángeles y los santos encontraba eco profundo en su corazón, con visiones e iluminaciones superiores.

A los santos los trataban con gran familiaridad. Entre ellos privilegiaba a doce, que llamaba su "consistorio" celeste, como maestros y abogados para las virtudes y las necesidades concretas: san Juan Evangelista, modelo de amor; san Francisco de Asís, de la perfecta fidelidad a la Regla; san Benito, de la pureza; su madre santa Clara, de todas las perfecciones. El breviario inspiraba y encuadraba, de forma creciente, su vida interior: "Me acontece muchísimas veces - escribía en 1642 - que, cantando los salmos, me comunica su Majestad, por efectos interiores, lo propio que voy cantando, de modo que puedo decir con verdad que canto los efectos interiores de mi espíritu y no la composición y versos de los salmos. [...] (Cita que tomamos de: Beata María Ángela Astorch..., 52; Ver: Mi camino interior IV,97)"

En el monasterio de Zaragoza vivió unos treinta años. La comunidad había crecido en número y calidad, y ya el espacio resultaba insuficiente. El deseo de Ángela de propagar la Orden se realizó a consecuencia de una salvajada sacrílega, cometida en Barcelona por alguna facción de las tropas de Luis XIV, que habían profanado algunas iglesias. Un piadoso canónigo, Alejo de Boxadós, pensó erigir un monasterio de clarisas con el título reparador de "Exaltación del Santísimo Sacramento", y se puso en contacto con las capuchinas. El 2 de junio de 1645 cinco hermanas, guiadas por madre Ángela Astorch, con el canónigo, se pusieron en camino rumbo a Murcia. También en esta ocasión el viaje fue desastroso: el cochero, dormido, cae bajo las ruedas del carruaje. La fe de las hermanas le hicieron volver en sí y pudieron seguir. Una solemne procesión inauguró el nuevo monasterio de Murcia, dedicado al Santísimo Sacramento, en armonía con los sentimientos de la beata Ángela, que en la Eucaristía veía recapitulada toda la cristología. Y logró introducir entre sus religiosas la práctica de la comunión diaria.

El monasterio llegó a ser un centro de espiritualidad. Durante la peste que se propagó en 1648, las religiosas salieron incólumes, como fueron igualmente preservadas de las periódicas inundaciones del río Segura en 1651, si bien es cierto que el monasterio tuvo mucho que sufrir. Las religiosas hubieron que refugiarse en una residencia veraniega de los jesuitas, en la montaña, por trece meses, a la espera de que el monasterio fuera restaurado. Vueltas a casa el 22 de septiembre de 1652, un año después hubieron de acudir a la residencia del monte por motivo de nueva inundación. Entonces una acusación difamatoria, propagada por una mujerzuela, puso a prueba a la beata; pero pronto fue reconocida su inocencia.

Vuelta, finalmente, a su monasterio, continuó con su oficio de abadesa hasta 1661. Ya, entrando en sus 70 años, habría querido retirarse toda "sola con el Solo". Obtuvo la gracia de quedar inhábil para el desempeño de trabajos y así poder darse totalmente a la vida contemplativa. A mediados de noviembre de 1665, después de padecer algunos ataques epilépticos, recobró memoria e inteligencia. Pero era el final. Se sentía en la cruz. Cantaba algunas veces el Pange lingua, en espera de su "esposo de sangre". El cual, de hecho, vino a recogerla el 2 de diciembre de 1665, cuando ella contaba 75 años.

Tres años después se abrió el proceso ordinario en la diócesis de Cartagena-Murcia. Después de un largo silencio, se volvió a tomar en 1688, y se continuó hasta nuestro tiempo. Su cuerpo, que permaneció siempre incorrupto, fue profanado durante la guerra civil española (1936-1939), y ahora es conservado en el nuevo monasterio de Murcia.

Juan Pablo II, el 23 de mayo de 1982, la declaró Beata.

Fuente: capuchinosdelecuador.org