Pestañas

Catalina de Bolonia, santa




Nacimiento: Bolonia, Italia 8 de septiembre de 1413
Fallecimiento: 9 de marzo de 1463, Bolonia, Italia
Festividad: 9 de mayo
Canonización: por Clemente XI el 22 de mayo de 1712
 
 
    Catalina nació en Bolonia el 8 de septiembre de 1413, en el seno de una familia de la más exquisita nobleza italiana. Su padre Juan era gentilhombre de Ferrara, de la ilustre familia de los Vigri. Su madre Benvenuta Mammolini, de la familia de los Acomobini de Bolonia. Muy pronto se traslada a Ferrara, la patria de su padre. A los catorce años fue nombrada dama de honor de la princesa Margarita de Este, hija de Nicolás III, pasando entonces a vivir en la corte, donde recibe una esmerada formación acorde con los sentimientos de aquellos tiempos que ya se barruntaban como renacentistas. Catalina aprende latín, música y pintura.

    Muy pronto, en 1426, se casa la princesa Margarita, y Catalina se aleja de la corte. Se une a un grupo de unas cincuenta damas con el objetivo de formar una congregación piadosa, de espiritualidad agustiniana, dirigida por Lucía Mascheroni, tomando como sede la casa de ésta. El experimento no cuaja y después de cinco años se fracciona el grupo; Catalina con algunas compañeras entra en una nueva comunidad adherida al espíritu de las religiosas clarisas. Es el monasterio llamado Corpus Domini de Ferrara.

    En 1432 hace sus votos solemnes, profesa la Regla propia de Santa Clara, y más tarde es nombrada maestra de novicias, como reconocimiento a su modélico comportamiento. En 1456 Catalina pasa a una nueva fundación en Bolonia, su ciudad natal, un monasterio con idénticos aires renovadores y conocido con el mismo nombre Corpus Domini. Fue acogida con gran deferencia por el legado de la Santa Sede, el cardenal Besarión, por el arzobispo, las autoridades y el pueblo en masa. Aquí, ahora abadesa, va a imprimir a la fundación un ejemplar aire de reforma. Ella misma se adentra en un especial ascetismo y contemplación hasta llegar a una auténtica unión mística con Dios, de la que son exponente sus escritos místicos.

    En esta situación, su alma ya plenamente madura es llamada por Dios para unirse definitivamente a Él. Con sólo cincuenta años de edad, muere el 9 de marzo de 1463.

     Las últimas palabras con que se despidió de sus religiosas son realmente admirables por su ternura: «Amadas hijas mías de mi corazón, no lloréis más sobre mí, desperdiciando lágrimas: llorad sobre vosotras y sobre las penas de nuestro Esposo Jesús, para que tenga vuestro llanto mejor y más debido empleo. Su voluntad santísima, movida de solos sus méritos, bondad y misericordia, quiere que hoy salga mi alma de la cárcel del cuerpo a tomar la posesión de la gloria, entrando en ella por las puertas precisas de la muerte. [...] La caridad, con que por la gracia de Jesús os he amado en esta vida, debéis creer que levantará más vigorosa y más perfecta llama en la otra y hará que mis ojos estén siempre sobre vuestras necesidades y mi corazón dentro de vuestros corazones».

    Pero es después de su muerte cuando comienzan los hechos que van a dar singularidad a tan ilustre Santa, patrona actual de Bolonia.

    Su ascensión hasta la declaración definitiva de su santidad, inicialmente fue un camino difícil y, también, prolongado, porque su ejemplo y su memoria fue vista con desinterés por sus paisanos, por motivos ajenos a la vida de la religiosa. Tienen que pasar casi dos siglos para ser reconocida santa de forma solemne, realidad que no llega hasta el año 1712. Hay una obra italiana de Boesch Gajano y Sebastiani que trata y esclarece todo el asunto referente a su canonización.

    La primera biografía de Catalina fue escrita muy pronto, hacia 1469, por la religiosa Iluminada Bembo, sólo seis años después de su muerte. A causa de la celebridad alcanzada por su obra Las armas espirituales, aparecerán otras más a comienzos del siglo siguiente, una de ellas en latín para formar parte de las Acta sanctorum.

    El segundo hecho, del que no hablan muchos de sus biógrafos, se refiere a una situación posterior a su muerte. Al morir Catalina y antes de ser enterrada, de su cuerpo brotó un perfume exquisito, que llegó a todas las religiosas presentes. A pesar de todo, el cadáver fue depositado en el hoyo correspondiente sin caja alguna, cubierto por un pobre sudario blanco y una tabla. Quizás fuera el deseo propio de la pobre abadesa y quizás también por eso la propia Providencia quiso demostrar que aquella pobreza de los hombres no se correspondía con la riqueza donada por el cielo. Cuantos se acercaban hasta allí, sentían el mismo perfume penetrante que en el momento de su muerte.

    En los capítulos 33 y 34 de la Chronica seraphica se narran una serie de maravillas que acompañaron a su cuerpo muerto: «Apenas la sepultaron, a pesar de las tinieblas, inundaron el sepulcro resplandecientes rayos de luz, al modo que los suele despedir el sol en el ocaso. Para ilustrar sepulcro tan glorioso le enviaba el Cielo sus luces en hermosas estrellas, que, tocándole, inmediatamente le servían de antorchas [...] En testimonio de que al Señor no eran desagradables tales demostraciones, dio repentina salud a todas las monjas enfermas».

    Con permiso del confesor, «a los diez y ocho días después del entierro de la Santa, [...] colocaron el cadáver incorrupto en una caja de madera». Cuando lo estaban desenterrando, como el cementerio se hallaba en un campo, sucedió que cayó un terrible aguacero que amenazaba con inundar todo el convento y también los restos de la Santa. Pero por la oración de una de las monjas asistentes cesó la lluvia inmediatamente: «Oh Cielo, de parte de Dios te mando que te pongas claro y sereno; si es tu voluntad que el cuerpo de esta fiel esposa tuya tenga la veneración que merece».

    El cadáver «quiso Dios que, después de muerta, no tuviese su rostro mácula, ni ruga, sino que fuese toda hermosa, como verdadera Sunamitis».

    Pero el momento culminante llegó antes: «Apenas quedó el santo cuerpo delante del altar mayor, cuando a vista y con estupendo asombro de toda la comunidad se incorporó en la caja, como si estuviese vivo; y abriendo los ojos, juntando las manos sobre el pecho e inclinando tres veces la cabeza, adoró al Santísimo Sacramento. [...] Hechas las tres adoraciones al Santísimo Sacramento, volvió a acomodarse en la caja, como antes estaba, apagándose al mismo punto los incendios del rostro y retirándole del todo la celestial fragancia que despedía».

    Cuando desenterraron el cadáver y lo colocaron de nuevo en un ataúd, a pesar de que parte de su rostro había estado comprimido por la tabla y la tierra, al cambiarle el hábito «comenzó a sudar una especie de licor oloroso, tan extraordinario, que a veces era rojo como sangre viva, otras cristalino como agua, y otras blanco y encarnado como leche rociada de sangre. Fue tan copioso que caló toda la toca».

    Pensaron las religiosas que todas estas maravillas eran una acusación contra las limitaciones del primer enterramiento. Por eso, como desagravio, dejaron sus restos expuestos durante algún tiempo a la veneración pública, porque el pueblo se amotinaba pidiendo a gritos conocer el prodigio. La noticia se había propagado por toda la ciudad y no sólo los boloñeses sino Italia entera acudía a contemplar el milagro. A la Santa ya no se la devolvió a la tierra sino que, desde entonces, se la muestra sentada en un sillón con su cuerpo momificado.

    El tercero de los hechos referidos a Santa Catalina son sus escritos:
  • Las siete armas para la batalla espiritual.
  • De algunas particulares revelaciones.
  • Rosario métrico de la vida de la Virgen María y de los misterios de la pasión de Cristo.

    De estas obras, la más celebrada es la primera, que se refiere a las armas que puede emplear el alma en esta vida hasta llegar a Dios. Esas armas son: la diligencia en el bien obrar, la desconfianza de uno mismo, la confianza en Dios, la situación de nuestra peregrinación hasta la muerte, la memoria de los bienes que nos esperan y la meditación de la Santa Escritura. La obra se propagó inmediatamente por todas partes.

    Es reconocida como una de las grandes figuras de su siglo. Los pintores de Bolonia la han elegido como patrona, ya que dominó perfectamente la técnica de la miniatura y pasó muchas horas iluminando su personal breviario de rezos.

    Fue canonizada por Clemente XI el 22 de mayo de 1712.


[J. Sendín Blásquez, en Año cristiano. Marzo. Madrid, BAC, 2003, pp. 185190]