Pestañas

Clara de Rímini, Beata




Nacimiento: Rimini, Italia en 1280
Fallecimiento: 10 de febrero de 1346, Rimini, Italia
Festividad: 10 de febrero​​
Beatificada: El 22 de diciembre de 1784, por el papa Pío VI

     Clara Agolanti nació en 1280 en Rimini; era hija de Onosdeo y Gaudiana Agolanti. Fue educada por su padre Onosdeo en el cultivo de un carácter fuerte en el obrar e intolerante con cualquier sumisión. Pasó su adolescencia entre caballos y torneos, rebelde a las prácticas religiosas que su madre Gaudiana intentaba inculcarle. Muerta la madre, su padre volvió a casarse y ella resultó aún más independiente.

    Jovencísima desposó al hijo de su madrastra, pero quedó viuda tres años después, heredando una inmensa fortuna. Durante ocho años continuó entregándose a fiestas, justas de caballería, banquetes, con una vida frívola y mundana, dando lugar en la ciudad a escándalos y pésimas habladurías. Su padre y su hermano murieron ahorcados el mismo día, mientras estaban en guerra con los Malatesta, rivalizando por el dominio en la zona de Rimini, de modo que todas las riquezas de la familia Agolanti se concentran en manos de la joven viuda. Fue pedida en matrimonio por un noble, heredero de una de las principales familias de Rímini, que llevaba una vida disipada y ella aceptó a condición de que pudiera mantener el mismo estilo de vida. No tuvo hijos, por lo cual se sintió enteramente libre y siguió su conducta disipada hasta los 34 años.

    Un día por curiosidad, entró en la Iglesia de los Padres Conventuales, Santa María en Trivio, y oyó una voz que la invitaba a recitar con atención un Padre nuestro y un Avemaría. Clara obedeció, mientras recitaba devotamente estas oraciones pues hacía tanto tiempo que no oraba, se sintió penetrada por un dolor vivísimo de los pecados cometidos y fue inundada de un gozo hasta entonces desconocido y de una serenidad interior que nunca había sentido. Vuelta a casa se encerró en su habitación, donde cayó al suelo en un mar de lágrimas de arrepentimiento, y decidió cambiar de vida. Al día siguiente fue a la misma iglesia, donde hizo una confesión general, y a partir de ese momento comenzó una vida de piedad, buenas obras y penitencia, convirtiendo incluso al marido, que murió dos años más tarde de modo cristiano. Entonces Clara no puso límites a sus penitencias, que devinieron terribles, animada de un fuego de expiación que la devoraba.

    Fue penitente severísima y humildísima, sobre todo después de la muerte de su segundo marido, acaecida dos años más tarde. Vestida de gris, con cilicios y argollas de hierro en su carne, dormía sobre una tabla, se alimentaba de sobras. Su verdadero alimento era la oración y la Eucaristía. Tuvo éxtasis y revelaciones. Las desgracias políticas siguieron persiguiéndola. Debió retirarse a Urbino, donde se había refugiado un hermano gravemente enfermo. En Urbino fue ángel de misericordia para los enfermos, los pobres y los encarcelados.

    Con su inmensas riquezas, comenzó a ayudar a todas las miserias materiales y morales; dio dote y apoyo a todas las niñas pobres para el matrimonio. Algunas mujeres de gran fervor se reunieron alrededor de ella, dispuestas a llevar una vida de reclusión y penitencia, por lo que Clara fundó un pequeño monasterio llamado Santa María de los Ángeles, más tarde conocido como de Santa Clara; obtuvo la bendición del obispo de Rímini Guido Abasi, pasando luego a la Catedral para emitir los votos religiosos, de acuerdo con la Regla de Santa Clara.

    Vivió durante doce años como superiora, intensificando los sacrificios y la contemplación de la Pasión de Cristo. El Señor le concedió el don de gracias místicas elevadísimas, con éxtasis tan profundos que ninguna fuerza humana podía detenerlos, y sólo se recuperaba si era llevada ante el Santísimo Sacramento. Murió hacia los 46 años, el 10 de febrero de 1326, consumida por la penitencia y la contemplación, ciega y casi ausente. Se extinguió serena como un niño, y de inmediato fue venerada como santa. Su cuerpo descansa en la iglesia del monasterio.
 
    En 1784, el papa Pío VI aprobó el culto a la Beata Clara, que permitió que su fiesta se celebrara en la ciudad y en la Diócesis de Rimini el 10 de febrero.